sábado, 2 de diciembre de 2017

PROSA DE LA DESOLACIÓN.

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La literatura del siglo XX hasta nuestros días parece vindicar una poética de la desolación. Desde Joyce, Beckett o Kafka, pasando por Blanchot, el hombre está aislado en el centro de la ficción. Muchos son los autores que han bebido de esta tendencia basada en la degradación paulatina del ser humano hasta convertirlo en objeto, entidad desarraigada de su entorno y por tanto, desolado. A esta corriente secreta de la Prosa de la Desolación han contribuido escritores como Vila-Matas, cuyos protagonistas, aunque felices, están enfermos de literatura  y viven aislados de la realidad; Bellatin, oscuro prosista cuya característica principal consiste en abandonar a sus narradores en espacios herméticamente cerrados y cercenados por el dolor, la mutilación o el estupro; o Hidalgo Bayal, escritor que recuerda a João Gilberto Noll en el procedimiento tan hábil de transformar, mediante la supremacía de la prosa, un entorno cotidiano en un ámbito desolador y asfixiante. No obstante, la prosa de Noll es llana y se aleja de los destellos poéticos del escritor extremeño.
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En Hotel Atlántico narra desde su habitual primera persona una historia sencilla pero tan oscura como cotidiana. Un hombre, que parece ser un actor de segunda, vaga sin destino concreto, parece huir pero no sabemos de qué y se desplaza, como un personaje de Gombrowicz, sin aparentes motivaciones. Encuentra asesinatos a su paso, se ve envuelto en situaciones dantescas, es perseguido por asesinos sin razones aparentes y es sometido a una inexplicable mutilación. Su destino es tan trágico como absurdo.
            La historia comienza en un hotel y  termina, cerrando el círculo, en el Hotel Atlántico. Esta última parada augura el comienzo de una nueva vida, pero la felicidad es tan efímera como la realidad, y un poso de nostalgia y tristeza inunda las últimas escenas de este viaje sin sentido.
Si el arte imita la vida, las narraciones de Noll reflejan esos rincones oscuros de la realidad que pasan desapercibidos al resto de los mortales. Nuestro narrador es un maestro de los matices, un cuidadoso observador de las zonas más siniestras de la naturaleza humana. Sin aspavientos ni excesos, la prosa de Noll discurre con suavidad pero nos conduce a esferas defectuosas de la realidad, a esos lúgubres espacios que jamás nos habríamos imaginado que existían para develarnos que tras el telón de nuestras vidas todo es desolación.
P.D. J.G. NOLL falleció en marzo de este año. Sirva este reseña como homenaje mínimo a un autor tan desconocido como valioso.

            

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