Todo escritor es un curandero en
su mundo de ficción.
Las palabras son homeopáticas.
Curan como el agua y la risa. La literatura combina el alfabeto y lo transforma
en una sustancia más o menos efectiva. Según dicen algunos. Quizá todo sea
mentira
La escritura carece de sentido en
sí misma. El lector la interpreta en un acto similar a la locura. El texto es
una piedra filosofal que el que lee transforma en oro.
Las clínicas de reposo no
existen. El mundo tampoco. Son lugares que se crean alrededor de bibliotecas y
librerías. Leer/escribir es compartir la enfermedad, las pesadillas y la
locura.
Querer estar loco no es extraño.
Lo extraño es permanecer cuerdo frente a la belleza de un verso o de un
disparatado texto de Boris Vian. Lo extraño es querer curarse de la irrealidad.
La irrealidad no existe.
Los Angeles Review of Books |
Nadie en su sano juicio querría
dejar de estar loco. Leer te permite la dosis de locura ideal para seguir
viviendo en el mundo.
Borges vio el lenguaje de dios en
las manchas de un tigre. El tigre ha muerto, las manchas han cambiado. Pero
seguimos entreviendo ese lenguaje divino en algunos libros de Borges.
La locura no es otra cosa que
deformar la realidad para acomodarla a nuestra expectativa. La lectura es, por
tanto, un acto de delirio transitorio.
Consulte con su autor de
cabecera.
Tomar pastillas te cura. Tomar
pastillas te vuelve más loco. Pasar páginas. Y páginas. Leer entrelíneas,
entender lo no-dicho.
El escritor es un cardiólogo
invertido: propaga un tipo de locura entre sus pacientes cuyos efectos no están
del todo diagnosticados. Y lo lleva haciendo desde antes de que existieran los
pacientes, los enfermos y la propia locura.
Alrededor de una hoguera. En
cualquier parte.
Fármaco. Leer
no cura nada que no esté en tu propia mente. Leer contiene tanto el
veneno como el antídoto. Leer causa un efecto placebo estético. Escribir es
dejar de leer y ponerse en la piel de los personajes. Dormir es acudir a una
literatura personal y extraña llamada sueños.
La literatura, creo, no tiene
cura.
Muchos enfermos terminales todavía
deambulan por el mundo en busca de un alivio. Deambula por otros mundos
también. Van y vienen.
Jamás se ha visto a un escritor lamer
las heridas de su lector. Pero los lectores siempre creen que esto sucederá. De
hecho, hay sectas, travesías por el desierto y peregrinaciones en las que se
venera a un doctor secreto. Suele estar en otro lugar distinto al que acuden
las romerías.
Los escritores no existen. En sus
textos solo hay virus con su rostro, su voz ha sido adulterada por el tiempo y
la ficción.
Nadie es capaz de trasmitir el
virus de la poesía por sí mismo. Esta enfermedad tan misteriosa nace y muere en
el propio enfermo.
Algún poeta ha sido acusado de
enfermo crónico. La vida es la enfermedad, y a algunas personas más sensibles,
con predisposición genética, les ataca con más virulencia. La vida es la poesía
hecha banalidad.
La salud no existe. Esto sí que
está demostrado pero nadie lo sabe con certeza. ¿Quién quiere realmente
curarse? Mario Bellatin lo ha dicho en todos sus libros.
Todos moriremos. Las páginas en
blanco, por lo tanto, suelen ir al final. Páginas, milenios. Esas páginas a las
que todos queremos encontrar un sentido estético, un significado. Las únicas
que no dicen nada pero que todo lo significan.
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