lunes, 15 de agosto de 2016

EL SHOW DE SAMSA. ÉRASE UNA VEZ


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‘En el principio era el verbo’

Componer un catálogo de ‘Grandes primeras frases de novelas’ es una tarea ímproba, que quizá alguien ya haya emprendido, pero que yo he querido, dentro de mis limitaciones y particularidades, llevar también a cabo.
Siempre se ha hablado –en narrativa sobre todo-  de la importancia que posee la primera frase, ese eslabón-pasillo entre el vacío absoluto y la obra literaria. Qué duda cabe de que el comienzo es la puerta al libro, y por lo tanto, esa primera ocasión para hechizar/enganchar/atrapar/ganar al lector.
Memorable es ‘En un lugar de la Mancha…’ de nuestro Don Quijote, sentencia ambigua que nos sitúa ante un relato fascinante y repleto de aventuras por todos conocidas.
Los griegos solían indicar en las primeras palabras el tema de su poema-como haría Nabokov en su Lolita- y una necesaria invocación a las musas. Así en La Odisea leemos: ‘Háblame, Musa, de hábil varón…’ refiriéndose a Odiseo, objeto del poema. Y en La Ilíada: ‘La cólera  canta, oh diosa, del Pelida Aquiles…’, valiendo las primeras palabras para indicar el asunto central, en este caso, la ira de Aquiles.
En la literatura hispanoamericana hay arranques de novelas memorables. Julio Cortázar inicia su Rayuela con una incógnita, cuyo objeto y sujeto toman al lector desprevenido sumiéndolo en una duda que a lo largo de la novela se verá en cierta medida resulta: ¿Encontraría a la Maga? Hoy ya sabemos quién es la Maga, aunque todavía imaginamos a Horacio Oliveira buscándola por los laberintos parisinos y oníricos que reinventó Cortázar.
Más bello me parece ese otro inicio que García Márquez procuró a su grandiosa Cien años de soledad. Una prolepsis que anticipa un punto futuro en la sucesión de acontecimientos narrativos: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.’ Genial comienzo de una obra que también presume de uno de los finales más redondos de las letras hispanas: ‘…porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.’
Resultado de imagen de CIEN AÑOS DE SOLEDADOtro libro imprescindible para completar la tríada de inicios novelescos paradigmáticos en Hispanoamérica corresponde a Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Un libro nebuloso y raro en el que un narrador se aventura en busca de su padre, en un pueblo extraño y fantasmagórico, poblado de presencias misteriosas, de voces y viento. La novela arranca así: ‘Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.’
Impactante es también ese hombre desgarrado y desprovisto de valores, Meursault que dice al comienzo de El extranjero, de Camus algo terrible: ‘Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.’
La literatura fantástica, caracterizada entre otras cosas, por comenzar en una aparente normalidad para dar paso a una irrupción de seres o fuerzas inexplicables, cambió de signo a partir de una novela corta: La metamorfosis, de Franz Kafka. Este libro, paradójicamente, empieza con una situación fantástica para ir poco a poco instalándose en una normalidad del todo sobrecogedora. Todos recordamos ese patético despertar del joven Samsa: ‘Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.’ Comienzo que coloca al lector ante una encrucijada imposible de encajar.
Hay otras primeras frases de novelas que quizá gocen de menos fama, pero que a mí me resultan inolvidables. No me canso de recordar la lírica y fascinante primera frase de El mar, de John Banville: ‘Se marcharon, los dioses, el día de la extraña marea.’Novela que se llena de significado a medida que buceamos en sus páginas.
Otra que me parece fascinante, esta vez de ciencia ficción -y voy empezando, que diga, terminado- es la que colocó William Gibson en la novela pionera del género ciberpunk: Neuromante: ‘El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.’

Hay obras que cumplen con las expectativas tras una espectacular frase inicial. Otras quizá no. Estas serán las que ya se han olvidado, porque al lector hay que engañarlo al comienzo, pero nunca es idiota durante demasiadas páginas.

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