Hace unos meses que vengo disfrutando de la lectura
intermitente de un libro de Fernando Arrabal, en el que se han incluido una
obra de teatro, Pingüinas y una
suerte de biografía: Un esclavo llamado
Cervantes. Ambas obras, muy oportunamente rescatadas por Libros del
Innombrable, están dedicadas a la figura de Miguel de Cervantes.
La obra de teatro es una comedia dislocada en la que unas
motoristas conversan sobre asuntos volátiles en una atmósfera onírica y
disparatada. Con Cervantes como astro tutelar, las pingüinas departen desde un
futuro improbable y pretendidamente kitsch, con un aire descarado, sobre la
televisión, Lady Gaga, Mike Tyson, Edgar Allan Poe, Dios o Barrio Sésamo.
Asimismo, el lenguaje está adaptado al ritmo frenético de la calle, vulgar y socarrón pero con esa inteligencia sutil e
inusitada que adorna la mente pánica de su autor. Los anacronismos y la
libertad consignan una puesta en escena impactante.
El otro texto, para mí el plato fuerte del volumen, es un ensayo
biográfico en el que el autor dialoga con la cultura y nos ofrece una
iconoclasta visión de la vida y época de Cervantes. Un Cervantes de probable
origen judío, al que desmenuza con la mirada de un entomólogo.
Pero Arrabal no se estanca en la mera nota biográfica
cervantina o en la acumulación de datos históricos, más o menos tangenciales.
Además habla de sí mismo y de la elaboración de sus obras (la cervantina y la
arrabaliana), de Breton, Dalí o de un infierno llamado Nueva York. Su lenguaje
alambicado y propenso al hipérbaton no es un obstáculo para que la fluidez y la
ironía incandescente de Arrabal consigan hacer de este peculiar texto una
delicia, una pequeña obra de arte de gran valor literario que nos acerca a un
Cervantes atemporal.
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