El escritor y político Joaquín Leguina (Villaescusa, 5
de mayo de 1941), autor de una numerosa y variada obra literaria -Años de hierro y esperanza, ensayo; La luz crepuscular, novela-
escribió estas notas como prefacio para Los huéspedes.
“Los
huéspedes”, de Pedro Pujante
Prólogo
Un buen día a finales del verano de
2014, el periodista y escritor Roberto Hernández recibe, en su residencia de
Torrevieja, una invitación para asistir a un simposio de “literatura secreta”.
En la invitación se asegura que en la reunión se “se creará el clima adecuado
para que así la sorpresa y el enigma surtan efecto también en nosotros”. Y se termina
asegurando: “Sr. Hernández, el misterio no es una cualidad, es una condición”.
La reunión tendrá lugar entre septiembre y noviembre de 2014.
Todo muy secreto. Todo muy extraño.
“Como si las simas de los más insondables enigmas del tiempo se abriesen ante
mí”, comenta ensimismado Hernández.
Hernández es un hombre tímido,
tranquilo y bebedor. Un escritor que sobrevive sin éxitos, pero que sigue
trabajando en lo único que cree saber hacer: escribir. Un hombre solitario. Lo
prueban sus recuerdos de un viaje a Irlanda:
»Me sentí
muy solo y perdido, sobre todo, los primeros días, las primeras noches,
los primeros atardeceres. En las Islas
Británicas los atardeceres son muy largos, muy lánguidos, da tiempo a morirse
mientras se pone el sol, un sol siempre lejano y destemplado. Caminaba todas
las tardes de vuelta a casa desde el college
y sentía que alguien, que todo el mundo en realidad, se había olvidado de mí.
Era una soledad muy extraña porque parecía emanar de las cosas, de lo físico y
no de las personas.
Un extraño chófer llega para
llevarlo a Higueras (Extremadura), donde se celebrará el simposio sobre
“literatura secreta” y le obliga a tomar un bebedizo que le duerme, para
despertar sobre una cama rural en Higueras. Luego conocerá a Rocío, otra
escritora invitada al evento “secreto”, “una joven atractiva y brillante que se
parece demasiado a un amor anterior”.
Hernández se encuentra cansado:
»Estoy cansado, como si hubiese viajado en el
tiempo o recorrido millones de kilómetros por el vacío insondable del Universo
en busca de un destino que no me pertenece.
»Estoy cansado y bastante borracho. Rocío es de
porcelana y está en alguna de estas casas viejas, como la muñeca de Edison
–pienso mientras oteo Higueras desde mi balcón de hierros y geranios-.
»Y me veo como abrazado por el silencio de este
pueblo y unas musicales palabras de Rilke, en aquel maravilloso poema: ‘Y a tientas va marchando hasta el estanque…y
todo queda atrás, las casas pálidas/ y las encinas mudas…’ Parece que Rilke pensaba, cuando compuso estos versos,
en Higueras. Todo queda atrás, abandonado…
Pero al llegar a Higueras ese
cansancio se va a convertir en una actividad tan insólita como trepidante, pues
allí comienzan a pasar cosas inesperadas y, sobre todo, sorprendentes. En esa
parte, que no le voy a destripar al lector, el autor nos meterá en un mundo en el
cual el espacio y el tiempo ya no serán los mismos:
»Algo para
nada novedoso u original ya que todos siempre vivimos y hemos vivido en el
último momento de la historia, en un presente definitivo y moderno; incluso los
vikingos pensaban, porque era cierto, que vivían en el último día del tiempo; incluso los
primeros y arcaicos hombres de las cavernas eran, en su momento, unos hombres
modernos que habían superado a sus abuelos en tecnología y arte. Una lanza
mejor calibrada, la pintura más realista de un bisonte, en fin.
En efecto, Higueras (ahora
Higuerax), “ha pasado de ser un escenario extraño, soleado y prometedor a ser un
infierno azul, frío y movedizo. Hay explosiones devastadoras y casas
convirtiéndose en ladrillos, plástico y polvo”.
La imaginación y el humor del autor
iluminan esta obra de ficción (¿de ciencia ficción?) que usted, querido lector,
tiene entre las manos. Le divertirá y le hará pensar, dos actividades que
merece la pena emprender.
Joaquín Leguina
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