El otro día leía en la prensa un
artículo sobre el inmortal y rosa Francisco Umbral. Resulta que el escritor madrileño
solía escribir los artículos y las crónicas, en muchas ocasiones, mucho antes
de haberlas vivido. Decía el
periódico que ‘Umbral dejaba escritos los
estrenos, las cenas y las fiestas antes de ir a ellas. De alguna manera se las
inventaba, y luego todos esos acontecimientos sociales terminaban por parecerse
a los que había escrito Umbral.’ La realidad y los seres reales que en ella viven, que creen
existir al margen de la invención, acaban acomodándose a la ficción previa del
creador. Me parece una idea genial que supera toda expectativa creativa.
Hay artistas puros, como Umbral,
que se inventan una vida para poder habitar en ella, construyen el mundo a
imagen y semejanza de sus fantasías. Al contrario que aquellos escritores intrépidos,
Hemingway, Conrad o Jack London, que tras sus aventuras se sentaron a sus
escritorios para dar testimonio literario de ellas, existen otros más
singulares que invirtieron el proceso: primero fabularon para luego convertir
su fábula en acción, materializar sus fantasías. Escribieron y vivieron lo que
escribieron. Recuerdo a Marcel Schwob, quién en sus Vidas imaginarias dedica un episodio a Petronio y dice de él que,
junto a su esclavo, tras escribir ciertas historias, ambos ‘maquinaron
el proyecto de llevar a la práctica las aventuras compuestas por Petronio’. Para
algunos la vida no es suficientemente compleja o interesante y tienen que
inventársela. Porque escribir sobre lo que se ha vivido parece un proceso lógico,
(los diarios no son otra cosa que una biografía apresurada) pero vivir lo que
ya antes se ha escrito no lo es tanto. Digamos que nadie escribe sus memorias
antes de vivirlas, ¿o en realidad no hacemos otra cosa que inventar, día a día,
capítulos de nuestra gran biografía mental? ¿Soñamos lo que habremos de vivir
en el futuro?
Pensemos en Don Quijote, que si
bien él no se inventó su vida, sí que se la imaginó tras leer las aventuras de
muchos caballeros andantes.
En el relato de Vila-Matas Porque ella no lo pidió, la genial
artista Shopie Calle, caminante de la orilla de la irrealidad, contrata a un
escritor para que escriba un cuento que ella deberá vivenciar, escenificar en el teatro de la
vida. Por abulia, por arte, por mera diversión.
El propio Vila-Matas, uno de los
más puros artistas de la evasión que habitan la literatura, ha escrito en
alguna ocasión que se inventaba el relato de un viaje que estaba a punto de
emprender, para comprobar cómo el futuro real se acomodaba a la ficción previa.
No creo que sea una excentricidad si tenemos en cuenta que la literatura es el
espejo de nuestro porvenir, y suele prefigurar y condicionar de algún modo
nuestro propio mundo.
En Residuos, la novela del británico Tom MacCarthy, su
protagonista ha sufrido un raro accidente que le ha producido amnesia. A lo
largo del relato trata de evocar, de reproducir
escenas de un pasado que recuerda vagamente y que de algún modo pretende
recrear mediante ‘performances’ para un
único espectador: él mismo.
El escritor americano Stephen Crane
escribió sobre la guerra antes de haber estado allí. Un poco como Julio Verne,
muy documentado y armado con una prosa seductora, consiguió pergeñar unas
creíbles crónicas de ambiente bélico que hicieron pensar a los editores que ya
había participado en la guerra. Por lo que fue contratado como corresponsal de
la Guerra de los Treinta Días. ¿Prefiguró su destino? En todo caso escribió
sobre el futuro que viviría hasta unos años después.
Si la mayoría de las veces, la literatura es
producto de la vida, en otras raras ocasiones, la vida es producto de la
literatura. El arte es un espejo en
movimiento que refleja nuestros gestos y risas por adelantado. Nadie duda a
estas alturas de que en algún guión ya se ha escrito todo lo que nos ha de
ocurrir, que la realidad es una invención.
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