sábado, 27 de diciembre de 2014

IMPOSTORES EN LA LITERATURA





‘Los poetas son mentirosos’
PLATÓN


El título de estas notas podría parecer que esconde un oxímoron porque ¿no es toda literatura una impostura per se? ¿No es todo escritor un farsante declarado y sus producciones, sarta de mentiras?

Es posible, sí y no, todo depende del estatus que le queramos otorgar a la ficción; o la relevancia que para nosotros tenga eso que llamamos realidad. Aunque lejos de querer cuestionar el verismo en la literatura o el peso que la ficción tiene en ella; lejos de abordar el viejo dilema entre realidad y ficción lo que pretendo es acercarme al mentiroso, al impostor, al gran embaucador que se parapeta tras algunas máscaras literarias. El personaje impostado.

La idea de hablar de embaucadores me ha surgido precisamente por la aparición de la última novela de Javier Cercas, El impostor. En ella, sin ficción alguna (ya la pone el personaje, nos recuerda su autor) Cercas nos habla de Enri Marco, ese farsante que engañó a todo un país haciéndose pasar por una víctima del holocausto nazi. En el libro, el autor trata de entender –no justificar- las motivaciones que impulsaron a Marco a llevar a cabo tan horrorosa y descomunal mentira. Una vida de engaños que está plagada de muchas mentiras y algunas verdades.

Si hacemos memoria bibliográfica el caso no es aislado ni único. Borges en 1935 publicó un libro de textos, entre el ensayo apócrifo y el cuento, titulado Historia universal de la infamia. En él hay una pieza, ‘El impostor inverosímil Tom Castro’, en la que nos cuenta la historia de un tal Tom Castro, quien al saber que una viuda está buscando a su hijo, Roger Charles Tichborne, se presenta ante ella suplantándolo. La madre, ávida de encontrar a su hijo –como España de víctimas y héroes que glorifiquen su doloroso pasado- cree ver en él a su vástago, y como tal trata al impostor. El caso, más allá de la duda razonable que levita sobre la verdadera identidad del hijo pródigo, hace reflexionar sobre la capacidad que tiene la ficción para erigirse como realidad, y cómo los deseos configuran nuestras percepciones, y las modifican. La verdad acaba siendo lo que queremos que sea verdad. Aunque sea mentira o ficción.



 Uno de los primeros farsantes- aunque éste sí que era además un héroe- fue Ulises. No solo luchó en Ítaca y navegó los mares; también inventó historias para poder salir victorioso de más de un embrollo. Al cíclope Polifemo le engañó; también mintió al llegar a Ítaca, haciéndose pasar por un viejo desconocido. Sabemos que su abuelo materno fue Autólico, hombre que sobrepasó a todos los hombres en ingenio a través de juramentos falsos y procedimientos poco honrosos, hurtos y robos incluidos. Le dice Atenea a Ulises en el Canto XIII: ‘Bien astuto y taimado ha se ser quien a ti te aventaje en urdir añagazas del modo que fuere…’

   No nos vamos a detener en nombrar a otros mentirosos clásicos: Alonso Quijano, ese hombre de pueblo      que se hizo pasar por caballero andante; Enma Bovary, infiel mujer desesperada o el mismísimo Pinocho.
El impostor que relata Cercas se parece mucho al que Emmanuel Carrère retrató en El adversario. Un tipo que fingió ser médico durante toda una vida y que acabó asesinando a su familia, cuando fue descubierto. Más feliz es el caso de Enrique Vila-Matas, quien en una de sus primeras novelas rescribió la historia de un tipo mentiroso, farsante y usurpador. Al igual que Borges, Carrère y Cercas, Vila-Matas extrajo su ficción de la savia de la realidad. En este caso –me refiero a su novela Impostura- el personaje es un loco, desmemoriado al que la señora Bruch reconoce como su esposo. Pero a la vez, la identidad es disputada por una segunda mujer. Claudio Nart o Ramón Bruch, ¿quién es? ¿Está loco, sin memoria o es alguien que está sacando provecho de la confusión? Vila-Matas extrae su fantasía de la realidad para recordarnos que la ficción es mucho más poderosa, porque no tiene límites o porque es capaz de mezclarse con ella (la realidad) y confundirnos.



Todos los impostores, llevados al papel, acaban siendo reales. Cobran una especie de vida inmortal. Quizá ese es el verdadero secreto de la literatura: convertir la mentira en una verdad eterna, transformar la realidad  efímera y gris en una página infinita  y colorida de la Gran Ficción.

PUBLICADO EN SUPLEMENTO LIBROS, LA OPINIÓN 27-12-2014


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