MODO LINTERNA
SERGIO CHEJFEC
CANDAYA, 2014
Cuando me enteré de que Sergio Chejfec inauguraba su gira de
presentaciones por las tierras murcianas, sentí que se cumplía una especie de
destino parecido al de alguno de los paseantes de sus novelas. Así que, ese mismo
día, unas horas antes de la presentación, aproveché para deambular por las
calles de Murcia, imaginando el momento del acto literario, instalándome en el
futuro a través de una narración mental con la que me proyectaba felizmente a
un estado de literatura consumada. Por supuesto nada ocurriría como yo
imaginaba, pero esa es otra historia.
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Aunque tarde,
ya está instalándose en España la buena costumbre de leer a Chejfec. Un autor
único que despliega una literatura inspirada en los espacios, en el viaje por
el mundo de un modo casi mágico, telúrico, intuitivo, virtual.
Si Cortázar hacía a sus
personajes rayuelescos desplazarse por París de un modo aleatorio, alucinado e
irracional, Chejfec provoca que sus criaturas, a veces él mismo (o un narrador,
no estamos muy seguros) se muevan por el mundo, por los pliegues de la
realidad, con un procedimiento más calculado, siguiendo una lógica premeditada y
tan específica que llega a transmutarse en invocación a la metáfora, al viaje
iniciático, al cuestionamiento de la realidad. El viaje externo, casi siempre
con un paralelismo con el interior, puede ser por una ciudad de los Estados
Unidos, sobre la nieve o por un cementerio de París.
Sergio Chejfec y Pedro Pujante |
Cuando presentó Modo linterna en Murcia Chejfec nos
explicó su deuda con Saer; también que no encontraba mucha diferencia entre el
cuento y la novela, tan solo la extensión, que en el relato había decidido
abandonar la historia un poco antes, eso era todo. Este matiz explica, en parte,
la narrativa chejfequiana, porque lo menos importante es muchas veces el
argumento. Hay digresiones, retórica, explicaciones cargadas de profundidad y
sutileza y un uso del lenguaje tan preciso y afilado que nuestra perplejidad
hace que nos abstraigamos, que nos sintamos desplazados a esos márgenes tan
dilectos del narrador; y que por un momento la literatura cobre el estatus de
verdad única, de sendero privilegiado más allá de toda explicación teórica o
argumentativa.
En este conjunto de narraciones
sorprende ese viaje de unos personajes en busca de la tumba de Saer, sombra
tutelar de Sergio Chejfec. Pero más sorprendente es esa aventura a través del
tiempo para hallar las pistas que un joven Cortázar dejó en su correspondencia.
Las guías telefónicas servirán esta vez de clave para traspasar la frontera
entre los dos tiempos que separan al aventurero de su buscado cronopio en
Buenos Aires.
Otro autor que se desliza de un
modo natural en uno de estos curiosos cuentos es Vila-Matas, quien a su vez ha
incluido en más de una ocasión al mismo Chejfec en sus novelas. La anécdota
sería banal si no fuese por lo bien contada que está y porque los personajes
son quienes son.
La literatura de Chejfec puede
servir para ilustrar cómo se ha de escribir. Sus relatos son ejercicios de
estilo cuidados que nos hacen pensar en la labor más técnica del escritor.
Yo no sé si Chejfec es el mejor
narrador hispanoamericano que conozco, pero tengo mis sospechas de que podría
serlo.
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