miércoles, 23 de enero de 2013

La mujer de la arena. Kobo abe



Hay libros que por algún motivo consiguen captar tu atención y causan un efecto hipnótico antes de ser siquiera leídos. Esto me sucedió con esta novela del autor japonés Kobo Abe publicada en 1962. Con un estilo limpio y preciso la narración va avanzando de forma lineal, lenta pero inexorablemente hasta un final sin retorno que ya se presagia en los primeros capítulos. Avanza como lo haría una nube de arena en el desierto de nuestras almas. El argumento nos informa de un entomólogo aficionado que se pierde en un pueblo costero al que acude en busca de insectos. Las dunas rodean el pueblo y allí se fraguará su nefasto destino. La arena es en el relato la metáfora de la fuerza incomprensible de la naturaleza. Pero también son los granos de arena las mismas moléculas que forman todo el Universo: la vida. Y lo impregnan con su sabor, su textura, su olor y su fuerza demoledora. Nos dice Kobo Abe en estas deliciosas páginas que todo lo que no es arena es vacío. Quizá se refiere al alma humana.
El protagonista sin nombre se verá inmerso y sometido al designio impasible de la arena. No es descabellado afirmar que Abe se trata del mejor representante de Kafka en el mundo nipón. Sin embargo, la historia claustrofóbica y absurda del hombre que conoce a la mujer de arena, va más allá de su propia narración. Hay en este libro ese aroma sensual, caprichoso y miniaturista tan común en los escritores japoneses del siglo pasado. Pienso en Kawabata o en Mishima. Abe sostenía la teoría de que si había un alma, ésta debía residir en la piel. Y hay en estas páginas una constante referencia a los sentidos, al cuerpo, al tacto y a los deseos manifiestos de ser alguien que emanan del propio interior para entrar en contacto con el árido mundo externo.
A través de las páginas de La mujer de arena vamos descubriendo que el mundo no tiene sentido y que nuestro destino está abocado al fracaso muy a pesar de nuestro sentido común. Nuevamente, el absurdo sirve a Abe a poner de manifiesto la precariedad de nuestras existencias y creencias.
Si Kafka hubiese nacido en Japón no hubiese escrito El castillo. Hubiese escrito este libro.

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